Advertencia: Opiniones de un músico amateur en aprendizaje, mis opiniones pueden variar a lo largo del tiempo. Es lo que tiene aprender.
Por mis circunstancias no puedo asistir a clase tanto como me gustaría.
Los principales impedimentos son la distancia, al vivir en un sitio un poco aislado, y mi trabajo. A casi cuatro horas y pico de recorrido entre ida y vuelta a casa de mi maestro o al conservatorio más próximo, una de las cosas que he tenido que aprender es a estudiar por mi cuenta.
Obviamente no es lo ideal, durante mucho tiempo das vueltas a un problema sin poder consultarlo en persona con nadie o teniendo la sensación extraña de no saber si por donde estás tirando es apropiado o no. Creo que eso ralentiza el ritmo de aprendizaje pero hay que asumirlo como parte de la propia situación.
Al mismo tiempo ha sido un campo abonado para descubrir cosas que de otro modo hubiera aprendido de una forma muy distinta. Voy a explicarlo con más detalle.
Descubriendo cosas
Creo que los inconvenientes están claros y no hace falta describirlos, me centraré en los aspectos positivos de este tipo de aprendizaje donde forzosamente tengo una clase distanciada de la siguiente varios meses.
Valorando las clases
Una de las primeras cosas es que con esta situación valoras mucho más las clases que recibes.
Al ser un encuentro inusual y tras tanto tiempo de preparación eres más consciente de que hay algo especial ahí, una situación única donde poner a prueba lo aprendido e intentar captar aquello en lo que puedes mejorar.
Creo que estamos muy acostumbrados a la inmediatez y a dar demasiadas cosas por sentado. Con este régimen en el que rara vez sé cuándo voy a poder volver, cada sesión se vuelve tremendamente valiosa y hago lo que puedo para que se me quede grabada en la cabeza.
No es raro que al llegar a casa tras la clase, de las primeras cosas que haga sea poner por escrito aquello que hemos hablado. Cualquier detalle es importante y creo que hay muchos aspectos que solo captas cuando has tenido un tiempo de reflexión contigo mismo.
También encuentro esta situación una especie de recordatorio que en tiempos pasados la vida era algo así. Más lenta, pausada, sin internet ni redes de comunicaciones ágiles, me imagino la tremenda impresión que suponía para un músico ir a recibir clase, aunque fuera solo durante un día, de un maestro distante.
Practicando la atención
Otro efecto que tiene esta relativa ausencia de supervisión es que tengo que prestar atención a lo que hago. Ya no basta ir por ahí y procurar que otro te corrija sino que intentas no solo detectar aquello que no funciona sino también sus causas.
Me ha ocurrido muchas veces que tras un mes de la clase ya no recordaba bien ciertos gestos técnicos o lo que fuera y he tenido que plantearme cómo serían si los estudiase desde cero. Esto me ha servido para estar atento a detallitos: tensiones, posiciones raras de los dedos… e intentar corregirlos basándome en lo que creía que mi maestro podría recomendarme.

Ser constructivo
Para personalidades perfeccionistas puede ser sencillo convertir ese escrutinio en un suplicio. A mí me ha pasado hasta que pude controlarlo y aprendí a ser más constructivo con mi práctica cotidiana.
Para ser constructivo es importante pensar que los «fallos» no son lo central del estudio sino meros indicadores. De hecho sin ellos no habría posibilidad de mejora (o ya serías perfecto, una de dos).
Esto ha pasado por una renovación de mi actitud hacia mi propia práctica. Así, al reconocer un «error» o algo técnico que se me resiste durante bastante tiempo, he procurado enfocarlo de una manera más relajada:
- Primero porque esos «errores» te recuerdan tu propia humanidad y falibilidad. En cierto sentido me ha venido bien asumir que siempre van a estar pululando por ahí de una manera u otra y tolerarlos con tranquilidad, como parte de la naturaleza de tu ser y el proceso que llevas a cabo, hace que los veas como una fuente de oportunidades.
- Para trabajar sobre lo que haces «mal» es importante reconocer que esto es complicado. No en vano estás en casa echando muchas horas para resolver problemas que implican muchos sistemas: psicológicos, mecánicos, acústicos… Es difícil y a la vez un privilegio poder estar con tu instrumento intentando ver cómo salir de ese atolladero. Enfocarlo como un puzle.
- Es importante asumir que si algo es difícil entonces hay que tener paciencia y ser insistente sin volvernos obsesivos ni autodestructivos. La frustración puede indicar cuándo es el momento de parar o tomar otra estrategia con uno mismo.
- Asumir también que trabajando en solitario vas a ir por caminos que muchos dirían «sin salida». La realidad es que esos experimentos fallidos sirven para indicarte lo que no funciona, tan valioso como conocer lo que sí.
Valorar y disfrutar de lo que haces
Un riesgo de estar mucho tiempo sin clase es tener la sensación de estar atascado. Ante la ausencia de retroalimentación externa nuestra propia valoración puede ir volviéndose extrañamente crítica o destructiva.
Es importante dedicar tiempo a reconocer aquello que estás haciendo centrándote en lo positivo. Si bien todos queremos tocar bien, idealmente mejor que ahora, esa idea no debe ser una interferencia para olvidar que lo más importante es el momento presente.
Recompensarte mentalmente durante la práctica es de mucha utilidad. Puede haber momentos de cierto trance agradable como practicar ejercicios de respiración con aspectos técnicos muy sencillos (o muy complejos), usando el metrónomo… Pero lo fundamental es estar atento a si salen emociones negativas o ideas poco constructivas.
Puede ser útil centrarse en que hacemos esto por gusto y por tanto ese disfrute hay que tenerlo en mente como un objetivo más; quizás sea el objetivo más importante. Si para ello debemos suspender la autocrítica durante un rato pues que así sea. Como juego puedes incluso decidir tocar lo más rápido que puedas a ver cuántos fallos metes, leer a primera vista algo complicado a sabiendas que va a salir «mal», o directamente fallar queriendo e intentar tomártelo con tranquilidad.
He encontrado muy gratificante visualizar los logros no como resultados espectaculares sino como fragmentos minúsculos. Así, para decirme mentalmente que algo está bien o «esto está saliendo genial» no hace falta que suene como un disco de Paul O’Dette. A lo mejor es simplemente una escala sencillísima pero que tras un ratito de concentración y estudio relajado suena un poquito más ligada o más bonita.
Igualmente he encontrado mucha satisfacción en centrar la atención en movimientos de los dedos, no asumir que estos ya van a ir directos a su sitio sino estudiar muy lento dicho movimiento de forma relajada y con metrónomo para que lleguen al tiempo que quiera.

Trabajar con metrónomo
Es curioso pero el trabajar con el metrónomo me ha dado muchísimas alegrías.
Una de las cosas más entretenidas que a veces hago es mentalmente contar los tiempos a la vez que estoy tocando y coincidiendo con el metrónomo. Es como que de repente pasas de fijarle en aspectos de técnica o sonoridad a un mundo en el que lo importante es esa fluidez interna de acoplarte al reloj.
También aquí he aprendido a ser indulgente. Puede llegar a ser frustrante darte cuenta que no llegas a coincidir con los tics del aparato pero me ha ayudado un montón darme cuenta que esa frustración no hace que seas más preciso. Quizás la solución sea hacerlo más lento, subdividir, contar internamente o hacer trabajitos más cortos hasta que llegas a dominarlo.
No pienso que tocar metronómicamente sea el objetivo a alcanzar pero sí es una herramienta que puede venir muy bien para focalizar la atención y practicar aspectos técnicos interesantes.
Algo que he notado es que muy a menudo los pasajes difíciles tiendo a hacerlos ligeramente más lentos para que los dedos de la mano izquierda tengan tiempo de llegar a su posición. Ahora en lugar de eso prefiero estudiar esos movimientos muy lentamente y con metrónomo siendo lo importante el estar relajado y llegar a tiempo.
Igualmente me ha servido para practicar los movimientos inversos. En vez de tocar ese pasaje de aquí en adelante pues lo tocas leyendo la tablatura al revés, yendo de atrás hacia el principio y viendo qué sucede.
Trabajar a diario (pero sin pasarse)
Una cosa que he aprendido es que más vale tocar veinte minutos un día, aunque sea para tocar algo muy sencillo, calentar los dedos, un ejercicio técnico fácil, una obra muy lenta… que estar obsesionado con dedicar horas y horas.
Parece que si no echas una sesión de estudio de dos horas es que no has hecho nada y no estoy de acuerdo.
Por mi propia experiencia está bien insistir con el instrumento aunque sea poquito tiempo y sin agonías ni estrés. Por ese mismo motivo también me han venido bien días de descanso. Hay veces en que el cuerpo y la mente te piden parar, dedicar un tiempo a no hacer nada. Para ello es importante no ver el instrumento como una obligación más sino como una herramienta para nuestro disfrute.
Pero incluso aquellos días en que no tocas pueden volverse muy útiles sin que te des cuenta. Simplemente porque esos ratos de ocio ayudan a que tomar las cosas con perspectiva, igual que irte a la distancia hace que puedas apreciar mejor el panorama, el distanciarte temporalmente de tu instrumento puede ayudar a entender cosas que de otro modo sería complicado.
Experimentar
Hay algo que de otra manera no hubiera hecho y es a perder el miedo a probar cosas diferentes.
Ya no hablo solo de intentar tocar de esta o aquella manera sino también de probar cosas físicas con tu instrumento.
Una guía experta obviamente es lo mejor, pero ante su ausencia está bien reconocer que en cierta manera hay que soltarse y probar cosas sin saber a priori si van o no a funcionar. Hoy día esto tiene menos riesgos porque internet puede servir de mucha ayuda, pero aun así hay momentos en los que hay que asumir el mando y decidir arriesgarse por ahí, aunque sea solo unos días, solo por ver qué pasa.
Igual con el instrumento. Si no tienes acceso a gente que te diga cómo hacer tal o cual cosa no te va a quedar más remedio que probar. Quizás sea poniendo trastes, puliendo la cejilla, ajustando cuerdas en el puente o usando las de otros materiales para ver cómo suenan y responden.
Desde luego hay cosas (la mayoría) que en cuanto las haces por tu cuenta entiendes mucho mejor cómo van.
En ese sentido está bien porque aunque obviamente tu maestro sabe más de muchas cosas eso no elimina el hecho de que el que estudia eres tú. Por tanto igual que sientes respeto hacia lo que te enseñan hay que sentir respeto hacia uno mismo, y probar cosas que a lo mejor no tienen por qué recibir el beneplácito de nadie más.